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La fe y las obras

Decía Albert Camus que la admiración por los evangelios termina cuando llegamos a la página sangrienta de la cruz. Esto es lo que le sucede a Pedro cuando, según el evangelio de hoy, Jesús anuncia que le espera la pasión y la muerte. La idea que Pedro tenía sobre el Mesías no cuadraba con el sufrimiento y, apartando a Jesús del resto de los apóstoles, se puso a reprenderlo. Jesús, por su parte, de cara a los discípulos, increpó a Pedro con duras palabras: «Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!», e inmediatamente añade: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará» (Mc 7,33-35).

            Llama la atención que esta reprensión de Jesús a Pedro tenga lugar después de que éste hubiera confesado que Jesús era el Mesías, pero, como decimos, su idea del Mesías no correspondía con la de Jesús. Creer en Jesús no es sólo confesar quién es él, sino asumir las exigencias que comporta la fe que, en este caso, supone la aceptación de la cruz.

            Esta relación entre la fe y las obras que de ella se derivan aparece también hoy en el texto de la carta de Santiago que dio lugar a una gran polémica entre la iglesia católica y Lutero que le condujo a la herejía y al cisma. Según la carta de Santiago, una fe sin obras es una fe muerta. Y pone este ejemplo: «Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y uno de vosotros les dice: id en paz, abrigaos y saciaos, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?». Y añade: «Alguno dirá: tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe» (Sant 2,15-18).

            Según Lutero, lo que nos salva es la fe en Cristo y, por ello, se apoyaba en textos de san Pablo que acentúan la fe. Por eso, consideró que la carta de Santiago no era canónica y la suprimió del canon protestante. Con cierto desprecio la llamaba «carta de paja». Pero san Pablo no afirma que sólo la fe basta para salvarse. En su carta a los Gálatas, dice que «la fe actúa por el amor» (Gál 5,6). Lo que san Pablo dice, en su polémica con los judaizantes, es que las «obras de la ley» judía no salvan, pues sólo Cristo es el Salvador. El apóstol distinguía claramente ente «obras de la ley» y «obras de la fe» en Cristo que expresan claramente que la fe es una fe viva y no muerta. Pablo y Santiago vienen a decir lo mismo.

            La separación entre la fe y las obras es uno de los mayores dramas que pueden darse en la vida cristiana. Ya lo señaló el Concilio Vaticano II cuando dijo que «el divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época» (GS 43). Y este divorcio tiene, entre otras causas, la de no aceptar verdades que nos incomodan o nos exigen cambiar de mentalidad para, como dice Jesús a Pedro, no pensar como los hombres, sino como Dios. La tentación de hacerse una religión a la carta eligiendo aquellas verdades que más nos gustan y desechando otras es algo permanente que exige un cuidadoso examen de conciencia si queremos mantener la fe en su integridad en plena coherencia con las obras que dan testimonio de lo que creemos. Lo contrario sería hacer de la fe un mero gnosticismo que crea la ilusión de que nos salvamos por lo que pensamos y no por lo que vivimos. De ahí que Cristo no dudara en llamar Satanás a Pedro cuando quiso desviarle del camino de la cruz y de la muerte, cuyo término era la resurrección. Son muchos los que, por desechar el exigente camino del seguimiento de Cristo pueden quedarse sin llegar a la meta.